Y… ¿Dónde están las mujeres en la Abogacía?

Y… ¿dónde están las mujeres?

 

¿No le ha pasado, estimado lector, de hacerse esta pregunta?  Pues este artículo te propone encontrar juntos la respuesta a esta magnífica duda. Como ya sabemos, leemos constantemente que el mundo jurídico es paritario o, sin más, algunos medios de comunicación se vanaglorian de los titulares como: “Más juezas que jueces en España: Las mujeres representan ya el 52,7 por ciento de los jueces y magistrados en activo” artículo del ABC del 4 de abril del 2017. Pero, ¿es esa realidad cierta? Acompáñame, lector mío, a analizarla más profundamente. 

El diario El País publica el 9 de enero del 2019 el siguiente titular: “Las juezas son mayoría, pero sólo suponen el 21% de los nuevos altos cargos del Poder Judicial. El Consejo designa mayoritariamente a hombres como presidentes de los órganos”.  Aquí hallamos una gran disparidad y es que, habiendo más mujeres juezas y, a su vez, más mujeres juristas en general, eso no se ve en absoluto reflejado en nuestra realidad social que, en cualquier circunstancia en este Estado que garantiza o quiere garantizar la igualdad material y formal, no logra alcanzar sus objetivos. 

Si el 63% de los miembros del Colegio que representa son abogadas, ¿por qué ha de llamarse Colegio de Abogados? – nos declaraba Mª Eugenia Gay, Decana del Colegio de la Abogacía de Barcelona, en el Congreso Internacional de Mujeres Juezas.  

Más allá de presentar soluciones, te vengo a presentar los estudios de género aplicables a la materia, siendo estos, por ejemplo, la famosa ley del techo de cristal. Esta implica que, aunque haya mujeres cualificadas y altamente formadas para puestos directivos de empresas, ellas siempre acaban dentro de la cúpula de dirección, pero debajo, dentro de esa pequeña pirámide. Como podemos deducir, se tilda de “cristal” pues las profesionales pueden ver como sus compañeros son el CEO o el CTO pero, sin embargo, ellas no.  Por tanto, es un techo visible pero no permeable. 

Los estudios del Instituto Europeo de la Igualdad de Género, relativos a 2017, muestran que las mujeres sólo representaban el 25% de los miembros de los consejos de administración de las empresas que cotizan en bolsa en la Unión Europea.  Y más alarmante va a ser la situación cuando lo llevamos a nuestro mundo jurídico: “El techo de cristal en los bufetes: solo un 19% de los socios son mujeres. La cifra contrasta con el 50% de abogadas que hay en las plantillas de las firmas.”  Así lo afirma el diario El País en colaboración con Wolters Kluwer el 19 de noviembre del 2019.  Así, querido lector, podemos palpar una dura realidad, analizando que de igual preparación femenina, esta no se ve representada en cargos de dirección ni del poder de decisión que se les debería otorgar. 

Aquí nos será útil recurrir a la antropología y usar la tesis del materialismo histórico. Esto supone que la acumulación de capital y de medios de producción siempre ha sido cosa de hombres, no dando lugar a mujeres hasta lo que la sociología ha descrito como la entrada masiva de la mujer en el mundo del trabajo.  Me gusta el uso de la palabra masiva pues, como es de obviedad, hacía largos siglos que la mujer no tenía acceso al mundo laboral fuera del hogar. 

La inclusión de todas o casi todas las mujeres, entrando de forma precaria, viene a justificar la situación desigual de base dado que el poder económico y de patrimonio seguía siendo masculino y se viene manteniendo hasta día de hoy. 

Eso se hilaría de manera clara cuando saltamos al mundo público y de representación institucional y encontramos que el total de 959 de personas que forman la carrera diplomática, 731 son hombres y 228 mujeres. “El porcentaje medio, con los cambios de cada año, es de un 25%”, dijo el director general del Servicio Exterior, Enrique Ruiz Molero en The Diplomat a finales del 2016. 

Vamos, que ni en la empresa privada ni en el mundo jurídico ni en la política. Entonces, ¿DÓNDE ESTÁN LAS MUJERES?

Pues a mi entender están trabajando. Todas ellas, a pesar de la brecha salarial y el techo de cristal. Y trabajan en el mundo laboral y en el hogar, siendo en pleno siglo XXI aún un unicornio hallar empresas que realmente tengan planes de igualdad y que se tomen en serio la conciliación laboral y familiar. Casi la mitad de trabajadoras (el 49,55%) no pudo modificar en 2018 su jornada laboral para poder asumir responsabilidades relacionadas con el cuidado de otras personas, según refleja el módulo sobre conciliación entre la vida laboral y la familiar de la Encuesta de Población Activa (EPA) publicado por el Instituto Nacional de Estadística (INE).

Y de poder modificar su jornada laboral hacia la reducción, tal y como se muestra en el Estatuto de los Trabajadores, esta va a venir acompañada de una reducción salarial que, si leemos la letra pequeña, va a conllevar necesariamente una menor valoración laboral por parte del empleador hacia la trabajadora viéndose reflejado en, por ejemplo, los ascensos, que serán dados a trabajadores que no estén en una situación de conciliación laboral. Esto a su vez nos llevará a mujeres con menos cargos de responsabilidad y, de nuevo, al techo de cristal. Como muchas otras cosas, esto es un pez que se muerde la cola. 

Querido lector, si has llegado hasta aquí, en primer lugar, disculparme por el uso de tecnicismos que nunca han caracterizado mi forma de escribir. Seguidamente, y prosiguiendo con el tipo de prosa que sí me define, pasaré a comentar, bajo mi opinión, las obviedades de las cifras anteriores: 

Que en el mundo jurídico tenemos más mujeres y estas están menos pagadas, menos representadas y con menos uso de poder. Que la conciliación es un mito que, mal aplicado como estamos haciendo, está conllevando la perpetuación del techo de cristal y del materialismo histórico. Que la excepción no hace la norma y que, por algunas mujeres bien posicionadas que conozcas, conoces cientos que no lo están. Que la discriminación nace cuando se contrata antes a un hombre que a una mujer con la misma preparación simplemente por las eventuales cargas familiares que siempre vencen a favor de la mujer.  Y que, para finalizar, esto no se trata ni se tratará jamás de una lucha de sexos, más bien de cogerse de la mano y, con la admiración profesional, exigir la igualdad formal y material. Ponernos las gafas lilas y ser sensibles a la desigualdad creando una sociedad que nos honre a todos. 

Y así, podría cambiar yo el título de este artículo y nunca más tener que preguntarnos y… ¿Dónde están las mujeres?