Es popularmente conocido que el abogado es capaz de seducir con ideas incluso al mismísimo diablo. Por ello, sabemos que los mejores juristas siempre son expertos en comunicación, ya sea escrita, hablada o alzada en Sala. Y como no, también con sus clientes. Pero.. ¿y los mediadores? ¿Qué cualidades imprescindibles tiene el buen mediador? Sígueme leyendo que entre el lector y una servidora los sacaremos a la luz.
El primer aspecto de la definición del mediador es que deberá huir de los juicios de valor. Ello mismo lo hallamos a los letrados con sus clientes, pero vayamos más allá: somos seres humanos, y por ello, respondemos a estereotipos e ideas preconcebidas. Este arte en sí no es malo, se trata de una característica evolutiva del cerebro para poder ir más rápido procesando información. Por ejemplo, muchos de nosotros relacionamos Japón con la tecnología; con novedosa tecnología. Por ello, cuando vemos una marca japonesa en cualquier gadget imaginamos que será avanzada. Y no es que todo el país nipón sea adicto a la tecnología y estén enganchados a ella, pero es una idea preconcebida que nos ayuda a ir más rápido en nuestros procesos mentales.
Pues eso mismo nos sucede a los juristas y mediadores en particular, tenemos estereotipos fácilmente creados. En una mediación, el profesional tiene estos recursos mentales que son perfectos para analizar profundamente la situación pero no por ello caer en la falta de imparcialidad y neutralidad. Y aquí hemos llegado a dos conceptos clave que definirán al buen mediador.
Será útil definir la imparcialidad del mediador como aquella hazaña por la cual intenta con todo su esfuerzo posible no decantarse por una ni otra parte. Por eso, podríamos ligeramente afirmar que se trata de una ayuda objetiva. Ardua tarea me parece, pues a veces cuesta separar la mediación de nuestras creencias. Como observamos, este problema no lo tendrá el letrado, pues su trabajo siempre va a tratar de defender los intereses de su cliente. Por ello, un abogado-mediador me lo imagino como un superhéroe, pues tiene una toga-capa cuando alguien quiere litigar y, con una cabina cerca, cambiarse rápidamente para atender un caso de mediación. El lenguaje, el uso de la mirada para captar la atención y la escucha activa serán radicalmente distintos según el papel que juegue. Y es que, en el juego de la mediación también se tiene que ser neutral. Como sabemos, el mediador deberá mostrar una actitud neutra antes las partes, pues serán estas quienes lleguen al acuerdo, éste sólo observará y acompañará a los mediados en el proceso. Ese camino se paseará a través de técnicas comunicativas que son, por antonomasia, la herramienta de trabajo. Pero claro, ¿Es realmente neutral cuando el mediador propone una solución al conflicto? Esta pregunta que nos hacemos es terriblemente compleja dado que, aun con una actitud no impositiva, quizá las partes por el rol justamente de parte, escuchen de una forma sumisa y, sin querer, se esté cayendo en la falta de neutralidad y se esté imponiendo una solución. O también pudiera suceder que el mediador no recomiende ni acompañe con determinación en el caso que ocupa.
Por ello, la Ley 5/2012 de Mediación en Asuntos Civiles y Mercantiles, trata de especificar que el mediador debe desarrollar una conducta activa pero no por ello caer en la falta de neutralidad o imparcialidad. Parece razonable.
Ahora, ¿Sólo con ello estaríamos delante de un buen mediador?
Pues bien, a mi juicio quiero pensar que un buen mediador será aquel que, además de mantener la imparcialidad y la neutralidad dentro de lo posible, también sabrá parafrasear a las partes, es decir, escucharlas activamente y, con la interpretación de las intenciones de las palabras del mediado, se puedan descargar de contenido emocional negativo para el caso y, a su vez, comprender en la totalidad lo que trata de decir el cliente. Es complejo, cierto, pero es una herramienta muy útil y nos ayuda a rebajar la tensión que se pueda crear y a su vez, crear la escucha de la otra parte.
De otro lado, y algo que se comparte con los abogados es la confidencialidad. Pero no solo ante terceros, sino delante de los propios mediados. Es habitual que pueda existir sesiones individuales de mediación (solo con una de las partes) y el buen mediador será aquel que preguntará a esa persona qué asuntos de los que se han comentado en individual pueden trasladarse a la otra parte. Así, siempre se generará un vínculo de confianza entre los mediados, siendo esto óptimo para establecer las normas. Y es que otro punto importante es que el mediador deberá establecer normas de funcionamiento de sus sesiones. El mediador deberá emitir normas de convivencia en la Sala de mediación, sin caer en el fuerte autoritarismo pero demostrando su profesionalidad en todo momento. Hablo de los casos de que el mediador está llevando las conversaciones y escuchando a las partes, y si una de estas no parece estar por la labor, se le deberá recordar los turnos de palabra. El mediador debe controlar la situación y esto, seguro que estamos de acuerdo, es lo más complicado que se le puede exigir a un profesional de la mediación. Que escuche a las partes, que logre que se escuchen entre ellas, lograr que haya una comunicación fluida tanto con el mediador como hacia ellas mismas y, a su vez, nunca se convierta en una jauría de grillos.
Por todo ello, aquí dejo las pinceladas de mi boceto del buen mediador. Y ahora, lector mío, ¿Dígame que otras características deberían definir a este profesional de la resolución conflictos?