El mediador, el mejor amigo del abogado.
Es de conocimiento común que “quien tiene un amigo tiene un tesoro” y hoy le vengo a demostrar querido letrado, que tener un mediador es tener una alta rentabilidad y un compañero fiel. Sígame leyendo para convencerse de ello.
En primer lugar, será vital demostrar por qué la mediación es el mejor sistema de ADR (Alternative Dispute Resolution) de la Historia. Existen muchos sistemas de resolución de conflictos aunque los letrados siempre prefieren emplear el litigio. Y, si bien es cierto esto, analicemos que sucede en una reclamación de cantidad entre clientes para los letrados: a usted le viene el cliente A diciéndole que su amigo B le debe 3.000 euros en concepto de unas obras realizadas. Usted, como buen abogado de su cliente A decide atender a lo que le preocupa y decide emitir una demanda con el valor de 3.500 euros, pues hay una clara demora en el pago. Esta demanda llegará al deudor B que, asustado, pedirá ayuda letrada. Pues si bien es cierto que debe 3.000 euros, las obras no se actuaron correctamente o no como quería el señor B, que además se enfada por el incremento de 500 euros que desde su parecer “no vienen a cuento”. El letrado del señor B le recomendará hacer una contestación muy dura a la demanda para satisfacer a su cliente. Después de las dilataciones de justicia, ambos clientes estarán enfadados y en Sala ni se mirarán a la cara, pues entre ellos se consideran unos ladrones y demás improperios que herirían la sensibilidad del lector. Esta situación que relato, compañeros, es muy habitual.
Déjenme que les presente cómo la mediación entra en acción y soluciona este conflicto. El abogado de A le propone acceder a mediación tanto a A como a B. En las sesiones de mediación, ambos amigos empiezan a hablarse de nuevo. Con ello, se dan cuenta de que quizá las obras no se efectuaron del todo bien y B se compromete a pagar los 3.000 euros a cambio de que se finalicen estas a su gusto. Su cliente A, admite que hubo problemas en los retoques finales y prefiere arreglarlo antes que no cobrar. Problem solved. Ni dilataciones en el tiempo, ni entradas en juzgado, ni enfados por la cantidad, ni enfrentamientos extraños.
Ahora que ya he demostrado con un ejemplo práctico que la mediación puede ser, en ocasiones, la solución perfecta a ciertos conflictos, dado que se amolda a cualquier situación para las partes y las empodera para encontrar soluciones restaurativas, ustedes, letrados, se preguntan ¿y por qué tengo que tener un amigo mediador? Primero porqué la amistad entre diferentes agentes del derecho es maravillosa, pero qué os tengo que contar. Es normal que duden de esta figura, pues conocen a algún abogado-mediador y saben que hay régimen de incompatibilidad y eso les hace pensar con la dificultad de aplicación. Además, la mayoría de mediadores pecamos del uso de palabras abstractas cómo: la restauración, situación transformativa, escucha activa y demás, haciéndonos parecer los hippies de la profesión.
Así que, ¡hablemos de dinero, letrados! Y es que el pragmatismo no está reñido con el buen-rollismo de la mediación. También es cierto que los hechos hablan por sí solos así que, de nuevo, les presento un caso práctico. Imagine que llega a su despacho una cliente que tiene la voluntad de divorciarse de su actual marido. Como casi todos los clientes del mundo, no habrá capitulaciones matrimoniales y, por tanto, se tendrá que crear un convenio regulador de divorcio que guste a ambas partes. Aquí llega la oscuridad. Que si llamadas al abogado contrario, que si citar a las partes, que si emails a diferentes horas y mil y una situaciones embarazosas, siendo la sentencia la griotte du gasset del pastelazo que te han armado… ¡Si es que ser matrimonialista no está pagado!.
Permítanme, de nuevo, que les ilustre como seria una mediación en estos términos. Usted, el letrado de la mujer, decide llevar a ambos clientes a mediación: usted asistirá a las sesiones de mediación que convengan, cobrando consecuentemente la hora, ahí sentado, escuchando como las partes se hablan y se escuchan. En un aproximado de dos meses y con las sesiones y la voluntad pertinente: habemus acuerdo. Ha nacido un magnífico convenio regulador que ha enamorado las partes y, como buen padrino letrado, solo tendrá que leer y enviar a juzgado, pues su buen amigo mediador ya se lo habrá redactado y revisado.
El matrimonio feliz, pues ha podido finalizar el mismo, siendo empoderados de esa decisión y con un régimen a su medida, pactado y amado. Su amigo mediador contento, pues le ha dado trabajo y no hay regalo más bonito que el aprecio profesional y finalmente usted, que ha cobrado por derivar el caso a mediación, estar sentado y enviar el convenio a juzgado; que no es por desmerecer el trabajo, pero realmente el coste de horas por el salario no está mal, ¿cierto?
Muy a menudo se tiene la tendencia a creer que la mediación es aquello que saca el trabajo a los abogados o a la inversa, sumergiéndonos en una competitividad absurda que no acaba de agradar a nadie. No encontramos un lugar para cada uno y todos queremos que sea nuestro reino. “Hay pocos clientes y sin encima tenemos que repartirlos…”, pensarán. Como han podido leer no trato se separan sino de unir. De sumar y no de restar. De ganar todos. De trabajar para el cliente y dar cada uno de los profesionales lo mejor de nosotros mismos y, lo más importante: cobrar todos.
Sus señorías y compañeros, el divorcio anteriormente citado es un caso winwinwin. Como he empezado el artículo, quien tiene un mediador tiene un tesoro, así que ¿qué esperan para encontrar un mejor amigo para el despacho?